lunes, 21 de enero de 2008

Lo que callamos los hombres

En una reflexión un tanto tardía, decidí publicar estos pensamientos escritos en momentos de grandes apremios. ¿Debemos de callar nuestras desventuras? ¿Es un deber tomar el sufrimiento como la cruz que nos toca llevar? Bien, ustedes decidirán.

Para comenzar no sé cuantas de nuestras queridas esposas terminarán de leer esta reflexión sin incomodarse, pero nace de una necesidad vista desde el punto de vista masculino: la necesidad de contribuir a la armonía y felicidad conyugal, a mejorar la interacción matrimonial y por supuesto a arreglar estos “pequeños” asuntos de una vez por todas a través de mínimas sugerencias.

No es nuestra intención iniciar una nueva revolución, ya que siempre hemos salido derrotados. Si bien algunos creen que el matrimonio es la única guerra donde uno duerme con el enemigo, nos asumimos como leales compañeros y sufridos colegas en la tarea de la paternidad y el matrimonio. Pero atención: los esposos no tenemos vocación de mártires excepto cuando llevamos a alguien a comer y no avisamos. En fin, presentamos esta recopilación de “sugerencias” que varios esposos hemos platicado en la sobremesa, en los viajes, en las juntas y en toda ocasión en donde podemos librarnos de la custodia femenina, y que, obvio, tenemos el temor de presentarlas al cónyuge de manera individual, es decir, en montón somos valientes.

Bueno, ahí van:

1. Quítenle los cabellos al peine después de haberse peinado.

Si bien no tenemos mas cabello que ustedes, siempre es algo molesto que a la hora de peinarnos tengamos que andar quitando uno a uno los cabellos que ustedes nos dejan después de haberse peinado. Esto nos perjudica pues perdemos tiempo que podíamos aprovechar para leer el periódico, vernos en el espejo, ponernos nuestras cremas, además de que dejar cabellos en el peine es antihigienico lo cual no va con el carácter de nuestras esposas.

2. Que no escondan la ropa que manchan al lavar o queman al planchar.

Ustedes no saben el amor que se le puede tener a una camiseta “vieja” manchada o casi deshilachada, pues puede ser la playera con la que anotamos el único gol en nuestra vida. Quizá fue la playera de la primera cita o tal vez con la que nos lucimos en la marcha de protesta. No somos ajenos a que en el fondo de la última maleta, en lo profundo del guardarropa o metidas en una bolsa oscura atrás del lavadero se encuentran aquellas prendas tan queridas por nosotros y que ustedes han querido dar a Dorcas pero que son el vínculo con nuestro pasado joven que ahora añoramos.

3. Ojo por ojo y diente por diente.

Que antes de pedir que arreglemos la tubería descompuesta, cambiemos el foco, atornillemos los estantes, noten si nuestros calcetines están zurcidos, nuestros cierres arreglados y los botones caídos puestos. A veces se quisiera que los esposos tuviéramos una varita mágica. Es justo que en un acto puro de liberación femenina las esposas aprendan a cambiar un tanque de gas, así tendríamos más tiempos para ver el fútbol. En un acto de reciprocidad cumplan con su parte del contrato matrimonial.

4. Que sean puntuales.

Para cerrar un negocio, además de un buen partido de futbol y botanas, la puntualidad es esencial. Si los hombres no fueramos puntuales, nos habríamos perdido muchos goles que han caído en el primer minuto de juego. Les suplicamos que al traer el aperitivo, botana, entremés o lo que sea, lo hagan con puntualidad ya que si nosotros hemos hecho el sacrificio de llegar a tiempo para el partido, bien es justo que ustedes también lo hagan al prepara la botana.

5. No repitan la comida.

Cuando les digamos que una comida estuvo sabrosa, por favor no nos la repitan toda la semana. Como esto no lo expresamos muy a menudo, ya que aunque aceptamos la exquisitez de su cocina no somos muy dados a reconocerlo, a menudo sucede que cuando decimos “¡que sabrosa estuvo la comida negra!” nos la repiten toda la semana esperando escuchar el elogio de nuevo. De paso, muy a menudo nuestra manera de decir que la comida estuvo rica es gruñendo o simplemente diciendo: “¡quiero más!”.

Ya no puedo escribir mas porque mi esposa acaba de llegar y me ha pedido que vaya por las tortillas: ¡eso es el mundo real!

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